FELIZ DÍA COMPAÑERAS Y COMPAÑERAS.
Someto a su pedagógico juicio, este "polvo" que pretende motivar un momento de reflexión acerca de la tremenda responsabilidad que implica ser Maestro, en especial en nuestra tremenda y dulce tierra Colombiana.
RECIBIMOS
A NIÑAS Y NIÑOS EN LA EDAD DE LOS ¿POR QUÉ?, Y LOS ENTREGAMOS EN LA EDAD DE LOS
¡A MI
QUÉ!
A pesar de tantas experiencias educativas
innovadoras, de tantos y asombrosos
avances tecnológicos y de los “perseverantes clamores” de nuestra
dirigencia política para que los docentes mejoremos la calidad de la educación
colombiana; el análisis de los resultados de todas las pruebas de logros
cognoscitivos que se han aplicado y se siguen aplicando a nuestros estudiantes,
muestran una negativa y terca persistencia en desconocer aspectos fundamentales
para el desarrollo del saber, como son: El adecuado desarrollo de habilidades
comunicativas, y del cálculo; entendido como pensamiento numérico… Y un aspecto
que casi no se menciona pero que es igualmente relevante: el gusto por el aprendizaje (que sólo se consigue en una escuela
alegre).
La
observación y cotejo de este alarmante fenómeno, corresponde en
principio, a todas aquellas personas que tenemos contacto diario con la noble
labor de facilitar y orientar el aprendizaje, pero dicho análisis no puede
hacerse desligándolo del contexto socio-político y económico en el cual se
desarrolla el quehacer pedagógico, puesto que desde el mismo instante en que el
mercantilismo invadió el tejido social, carcomió a su paso las otras relaciones
basadas en el amor, la comprensión, la solidaridad, el respeto mutuo, la palabra, la honestidad y la ética,
entre otros valores. Equivalente a un virus, lo mercantilista, atacó una a una,
todas las instituciones hasta dar con el cerebro del sistema social: la
familia; el vivero de los valores humanos y el lugar donde los niños y niñas
adquirían los principios para cualquier aprendizaje posterior. La familia
dotaba el cimiento sobre el cual se construía la futura personalidad.
Vale la pena indicar que la crisis
familiar es una de las más poderosas razones para desear que la escuela
reemplace las funciones que antaño ella cumplió. No es extraño entonces que se
escuchen clamores e imposiciones pseudointelectuales y educacionistas en el
sentido de convertir al Maestro en: formador de valores, en axiólogo, en
investigador educativo, en trabajador social, en psicólogo, en concientizador
político… Absurdo irrespeto con la profesión. Si el profesor realiza a
cabalidad su función primaria -motivar- se justifica por sobre el resto de los
peritos; no tiene por qué adoptar máscaras profesionales.
Una de las tantas conclusiones que
se deprenden del análisis de las deficiencias
en habilidades comunicativas y en adquisición del gusto por el aprendizaje
que presentan nuestros estudiantes es la necesidad urgente que nuestro sistema
educativo tiene de deconstruir sus
modelos, así como los procesos de aula, y actitudes de los docentes, los padres
de familia y la comunidad educativa en general.
Si bien es cierto que nuestra patria
“tiene la educación que se merece” y que parecería que no es incumbencia de los
maestros, intentar cambios fundamentales en la escuela, porque estos dependen
más de otros factores, es igualmente indiscutible, que la inercia y la pereza
mental para iniciar acciones que pueden producir algún alivio en los males
detectados, es, además de un insulto a nuestra profesión y una tremenda
injusticia con nuestros infantes; una deplorable indolencia que la historia
jamás nos perdonará. No debemos olvidar que uno de los discretos encantos de la
docencia, es el poder que tenemos para decidir qué enseñar, cuándo enseñarlo y
cómo enseñarlo. Siempre, la maestra o el maestro son la máxima autoridad en su
curso, independientemente del modelo pedagógico que esté “obligado” a
desarrollar, y aunque esta no es la mejor época para reafirmarlo, sería
interesante ver como un pequeño grupo de maestras y maestros, recoge del suelo
la dignidad de la profesión; tantas veces pisoteada y maltratada y se decide a
recuperar la importancia implícita en la sublime misión de ser los educadores y
formadores de las generaciones de relevo. No se requieren grandes acciones;
bastaría, (por mencionar sólo una de las tantas acciones simples que se pueden emprender), que en principio, le prestáramos un poco más de atención a
la nociva incidencia de los medios masivos de comunicación en los
comportamientos (en especial la televisión) y diseñáramos una estrategia que
capacitara a nuestra comunidad educativa para sentarse frente a ese monstruo "La
televisión puede enseñarnos, inspirarnos, incluso hacernos soñar...pero solo lo
hará mientras nosotros estemos dispuestos a usarla de la manera adecuada, de lo
contrario, se convertirá en el arma más destructiva de la humanidad. Capaz
de manipular y de mentir, de controlar y de jugar con nuestras mentes”.
Gustavo López Gil