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miércoles, 9 de mayo de 2012



FELIZ DÍA COMPAÑERAS Y COMPAÑERAS.
Someto a su pedagógico juicio, este "polvo" que pretende motivar un momento de reflexión acerca de la tremenda responsabilidad que implica ser Maestro, en especial en nuestra tremenda y dulce tierra Colombiana.

RECIBIMOS A NIÑAS Y NIÑOS EN LA EDAD DE LOS ¿POR QUÉ?,  Y LOS ENTREGAMOS EN LA EDAD DE LOS
¡A MI QUÉ!
 A pesar de tantas experiencias educativas innovadoras, de tantos y asombrosos  avances tecnológicos y de los “perseverantes clamores” de nuestra dirigencia política para que los docentes mejoremos la calidad de la educación colombiana; el análisis de los resultados de todas las pruebas de logros cognoscitivos que se han aplicado y se siguen aplicando a nuestros estudiantes, muestran una negativa y terca persistencia en desconocer aspectos fundamentales para el desarrollo del saber, como son: El adecuado desarrollo de habilidades comunicativas, y del cálculo; entendido como pensamiento numérico… Y un aspecto que casi no se menciona pero que es igualmente relevante: el gusto por el aprendizaje (que sólo se consigue en una escuela alegre).
La  observación y cotejo de este alarmante fenómeno, corresponde en principio, a todas aquellas personas que tenemos contacto diario con la noble labor de facilitar y orientar el aprendizaje, pero dicho análisis no puede hacerse desligándolo del contexto socio-político y económico en el cual se desarrolla el quehacer pedagógico, puesto que desde el mismo instante en que el mercantilismo invadió el tejido social, carcomió a su paso las otras relaciones basadas en el amor, la comprensión, la solidaridad, el respeto mutuo, la palabra, la honestidad y la ética, entre otros valores. Equivalente a un virus, lo mercantilista, atacó una a una, todas las instituciones hasta dar con el cerebro del sistema social: la familia; el vivero de los valores humanos y el lugar donde los niños y niñas adquirían los principios para cualquier aprendizaje posterior. La familia dotaba el cimiento sobre el cual se construía la futura personalidad.
Vale la pena indicar que la crisis familiar es una de las más poderosas razones para desear que la escuela reemplace las funciones que antaño ella cumplió. No es extraño entonces que se escuchen clamores e imposiciones pseudointelectuales y educacionistas en el sentido de convertir al Maestro en: formador de valores, en axiólogo, en investigador educativo, en trabajador social, en psicólogo, en concientizador político… Absurdo irrespeto con la profesión. Si el profesor realiza a cabalidad su función primaria -motivar- se justifica por sobre el resto de los peritos; no tiene por qué adoptar máscaras profesionales.
Una de las tantas conclusiones que se deprenden del análisis de las deficiencias en habilidades comunicativas y en adquisición del gusto por el aprendizaje que presentan nuestros estudiantes es la necesidad urgente que nuestro sistema educativo tiene de deconstruir sus modelos, así como los procesos de aula, y actitudes de los docentes, los padres de familia y la comunidad educativa en general.
Si bien es cierto que nuestra patria “tiene la educación que se merece” y que parecería que no es incumbencia de los maestros, intentar cambios fundamentales en la escuela, porque estos dependen más de otros factores, es igualmente indiscutible, que la inercia y la pereza mental para iniciar acciones que pueden producir algún alivio en los males detectados, es, además de un insulto a nuestra profesión y una tremenda injusticia con nuestros infantes; una deplorable indolencia que la historia jamás nos perdonará. No debemos olvidar que uno de los discretos encantos de la docencia, es el poder que tenemos para decidir qué enseñar, cuándo enseñarlo y cómo enseñarlo. Siempre, la maestra o el maestro son la máxima autoridad en su curso, independientemente del modelo pedagógico que esté “obligado” a desarrollar, y aunque esta no es la mejor época para reafirmarlo, sería interesante ver como un pequeño grupo de maestras y maestros, recoge del suelo la dignidad de la profesión; tantas veces pisoteada y maltratada y se decide a recuperar la importancia implícita en la sublime misión de ser los educadores y formadores de las generaciones de relevo. No se requieren grandes acciones; bastaría, (por mencionar sólo una de las tantas acciones simples que se pueden emprender), que en principio, le prestáramos un poco más de atención a la nociva incidencia de los medios masivos de comunicación en los comportamientos (en especial la televisión) y diseñáramos una estrategia que capacitara a nuestra comunidad educativa para sentarse frente a ese monstruo "La televisión puede enseñarnos, inspirarnos, incluso hacernos soñar...pero solo lo hará mientras nosotros estemos dispuestos a usarla de la manera adecuada, de lo contrario, se convertirá en el arma más destructiva de la humanidad. Capaz de manipular y de mentir, de controlar y de jugar con nuestras mentes”.

 Gustavo López Gil