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sábado, 6 de marzo de 2010

ALGUIEN QUE ME AYUDE

Esta es la primera parte de un artículo escrito y enviado por la compañera EDITH GÓMEZ CARVAJAL; Maestra del grado primero de la Institución Ateneo; Sede Santa Isabel Municipio de Pradera. En él, se intenta empezar a profundizar acerca del  problema que se genéró en el sector educativo cuando la familia descargó en unos adultos totalmente desconocidos, (Maestros) la función de formar en valores a sus hijos.
La recomendación del Blog, es contribuir caudalosamente al debate que muy gentilmente inicia nuestra Maestra Pradereña.
Ánimo compañeras y compañeros, decídanse a escribir que nosotros estamos prestos a publicar sus artículos sin censura.

LOS NIÑOS ACTUALES; UN RETO PARA LA ESCUELA
Resulta preocupante y por demás, avasallador el hecho de que a nuestras aulas están llegando niños y niñas, a los cuales se les ha escapado la inocencia e ingenuidad típicas de esta etapa de la vida. En mi salón de clases, convivimos 34 personas, durante 5 cortas horas cronológicas, pero tristemente largas por razón de la violencia manifiesta en cada uno de los actos realizados por los convivientes. Nunca me ha gustado sentarme a ver películas de la mal llamada “acción”, pero creo que estos engendros se quedan cortos ante las patadas voladoras, puñetazos, manotazos, arañazos y palabras soeces, que se lanzan mis “indefensas criaturas”.
Como se supone que debo dedicarme a enseñar a leer y escribir, pues esta historia transcurre en el grado primero de básica primaria, preparo las actividades pertinentes cada día, pero me encuentro con la desoladora realidad que mientras yo intento transmitir a mis estudiantes los vericuetos de los sonidos de fonemas y las formas de los grafemas, ellos se encarnizan en la diaria tarea de golpear al primero que se les atraviese, o al que miraron y les pareció que no era de su tipo o al tin marin, total, hay que agredir a alguien.
Yo me pregunto, por qué estas almas infantiles están cargadas de tal grado de agresividad? Recuerdo que en mi niñez, cuando estudiaba la primaria en la escuelita de mi barrio, en algunas ocasiones se formaban peleas, donde varios bandos se enfrentaban por alguna rencilla, pero estos eran actos ocasionales, y me dejaron una tremenda aversión al enfrentamiento cuerpo a cuerpo. Vivir, o mejor soportar estos actos, me dejan un diario sinsabor y la aplastante sensación de que estoy perdiendo el año con mis estudiantes, máxime cuando en la institución se afirma que en estos grupos tan indisciplinados se nota la no intervención pedagógica sobre estos aspectos del comportamiento de los estudiantes, resaltando casos de grupos donde” no se siente ni una mosca” y que me despiertan una malévola inquietud por descubrir que artes extrañas usan para lograr tal cometido.
Considero un deber moral, más que responder a los requerimientos que exige el cargo, velar porque los niños y las niñas que pasan por mis manos, les quede algo del amor que entrego en mi trabajo. Me sobrecoge el alma ver como niños y niñas de seis y siete años de edad, pareciera que no conocen del afecto y la ternura, tan indispensables para considerarnos realmente seres humanos, con toda la connotación que la palabra “Humano” encierra.
No creo que deba en este momento caer en el fácil discurso que usamos los maestros y maestras de echar la culpa a los padres de familia o que los niños y niñas de hoy no quieren aprender, creo que esta situación se nos está saliendo de las manos a todos. Porque la violencia, que creíamos campeaba entre los grupos armados, entre fundamentalistas, sionistas, guerrilleros y paramilitares se está instalando en nuestras escuelas y está acabando con el elemento fundamental de ser niño: La inocencia.
Si mandamos a llamar a un padre o una madre de familia para informarle de la conducta de su niño o niña, ellos se encuentran igual de desorientados, no saben cómo tratar a su hijo o hija, porque la respuesta que dan algunos de ellos, es “yo no sé qué hacer con él o ella”, “es que a mí no me hace caso”, y damos por entendido, los maestros y maestras, que el padre de familia debe saber qué hacer. Pero la realidad es que ninguno de ellos hizo el curso acelerado de padre o madre de familia, sino que la mayoría llegó a serlo de carambola, sin planearlo y peor aún, sin desearlo.
Tal vez, las difíciles condiciones de vida de la abrumadora mayoría de nuestras familias, el poco respeto por la vida que subyace en nuestra sociedad, nos está quitando espacios para la expresión del amor, el abrazo, el mimo, el hacer sentir al otro que es querido, y esto nos está dejando niños y niñas carentes de afecto, con un prematuro despertar hacia la sexualidad mal entendida, con un total desprecio por sus congéneres, que en últimas lo que muestra es la angustia de esos pequeños seres, totalmente desubicados, desorientados. Me pregunto, me examino, busco entre las teorías sobre etapas de desarrollo, características de los niños y niñas, y pienso que debemos reformular nuevas teorías sobre seres viejos de agresiones, amargura, desesperanza y desamor en cuerpos de niños.
Trato de discernir, en medio de toda la experiencia adquirida en estos años de docencia, la forma de aportar a la formación de estos pequeños, y a la vez cumplir con la directriz de la institución, cual es mantener una buena disciplina sin tener que recurrir al menoscabo de su personalidad o atentar contra su autoestima, armas que dan buenos resultados para mostrar en evaluaciones de desempeño pero que a veces dejan personas llenas de resentimiento de por vida.

EDITH GÓMEZ CARVAJAL