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miércoles, 30 de diciembre de 2009

NOTAS PEDAGÓGICAS

LA AGRESIVIDAD EN LA ESCUELA

El comportamiento agresivo constituye un problema común para todos los padres y maestros. Aunque el comportamiento agresivo es a veces deseable y a veces no, los adultos cometen habitualmente el error de considerarlo sólo bajo su aspecto negativo. Cuando adquiere la forma de la ambición, de la iniciativa, de la empresa y de la auto confianza, debe ser cultivado y estimulado. Por el contrario se lo fiscalizará cuando se manifieste por medio de la hostilidad, del resentimiento o del odio. Todos los niños experimentan alguna vez sentimientos agresivos. El giro que ellos tomen depende en su mayor parte de la comprensión y de las técnicas disciplinarias que empleen los padres y los maestros.
Es probable que el niño apacible, tranquilo y agradable, que no luche, discuta o hable a destiempo, se gane la aprobación y admiración de sus mayores, pero puede carecer de las cualidades que lo coloquen a la cabeza de su propia generación.
Con toda probabilidad, el niño charlatán y perseverante que tome con frecuencia la iniciativa sin permiso y que se resista a veces a la autoridad desarrollará una personalidad más poderosa y más dinámica. Aunque los niños que exhiban rasgos agresivos sean mal mirados y censurados por el maestro, son a menudo los integrantes más populares e influyentes del grupo. Muy frecuentemente todo el entusiasmo de estos conductores en potencia es arruinado por la injerencia de adultos bien intencionados.
Aunque las peleas entre niños no deben ser perdonadas, su eliminación no resultará del simple uso de castigos o de la búsqueda del culpable. El problema debe resolverse indirectamente, estudiando el ambiente de los beligerantes y tratando de descubrir la causa de sus sentimientos hostiles. Algunos niños recurren a la pelea como un medio de sentirse importantes y seguros de sus propios derechos. Otros luchan porque ésta es la manera que ellos han aprendido para competir exitosamente con compañeros de su misma edad.

Numerosos niños tratan de dirimir sus diferencias por la fuerza a causa de los ejemplos que han recibido en el hogar. La lucha y otras formas de hostilidad predominan entre los niños que están bajo la constante sujeción arbitraria de los adultos.
A algunos maestros les resulta difícil enfrentarse con problemas de comportamiento sin utilizar la fuerza. Castigar cualquier acción que consideran una amenaza contra su autoridad. La reacción de un maestro ante el comportamiento agresivo depende mucho de su bienestar físico y del estado emocional del momento. Si sus necesidades de éxito, de reconocimiento y de vida familiar y segura no han sido satisfechas, es probable que llegado el caso demuestre sus propios sentimientos agresivos.
El maestro debe cuidar que su estado mental sea bueno, de modo de poder aceptar sin sobresaltos ni muestras de emoción el comportamiento insolente y agresivo de los alumnos.
Es imposible dominar los instintos violentos de los niños con la simple aplicación de métodos severos de disciplina. En vez de eliminar los sentimientos hostiles, mediante engaños, críticas, sarcasmos y prohibiciones solo se logrará aumentar el antagonismo y hacer más difícil su desarraigo. Hacerlo quedar después de clase, imponerle trabajos adicionales, avergonzarlo, ridiculizarlo ante la clase, exigiéndole una retractación pública e herir su orgullo de cualquier otro modo puede aliviar el propio estado de frustración o de tensión del maestro, pero inevitablemente, agravará el problema del comportamiento del niño. Aunque tales medidas impongan una calma y orden temporarios, probablemente generará más rebeldías y desafíos y podrán en marcha toda una serie d ataques y contraataques entre el maestro y el alumno.
Cuando se tiene una conversación particular con un niño belicoso, no es práctico preguntarle por qué se comporta de ese modo, pues él no lo sabe. Aunque comprende que su comportamiento no merece la aprobación de los demás, también comprende que no puede dejar de hacerlo. El no entiende nada acerca de las causas fundamentales, físicas y emocionales que motivan su acción.

El maestro no debe reprenderlo o sermonearlo, sino mantenerse en un segundo plano, estimulándolo a decir como un relato todo lo que siente, asegurándolo gradualmente a que observe su comportamiento como lo hacen los demás. Por medio de la conversación, el niño se liberará de los sentimientos de ira, hostilidad o culpabilidad y dará inconscientemente al maestro un indicio de sus perturbaciones.
Los niños acostumbrados a ser rechazados y castigados por su comportamiento agresivo, se sorprenderán al encontrar un maestro que comprenda y acepte sus sentimientos. Cuando se les permita por primera vez expresarlos libremente, podrán aparecer como sacando una ventaja indebida de la situación, eliminando diversas emociones acumuladas, incluso algunas ofensas de larga data; pero después de un tiempo en que todos los sentimientos reprimidos hayan sido liberados, sus demostraciones de rebeldía y hostilidad probablemente marquen una sensible disminución.

Es necesario que los niños luchen, a veces para defender sus derechos y para ser aceptados y respetados por sus iguales. La reyerta ocasional entre la gente menuda es normal. Por el contrario las luchas, las disputas y las provocaciones habituales de los niños muy agresivos, constituyen un grave problema de la escuela, que requiere un tratamiento prudente del maestro. A causa que el niño pendenciero es repelente e irritante en su comportamiento, no logra atraerse la simpatía y la paciencia que tanto necesita. Los maestros se inclinan naturalmente a reprenderlos y castigarlos y a perdonar y consolar a sus víctimas. En realidad, él es quien necesita más urgentemente comprensión y ayuda. Los actos de burla y crueldad excesivos son expresiones de privaciones, de tensiones o de problemas de su vida que requieren una investigación y un estudio en vez de un castigo precipitado.
El pendenciero es con frecuencia un estudiante lerdo. Esto no se debe a ninguna relación particular entre la provocación y la torpeza, sino más bien al hecho que los niños de aprendizaje lento que se encuentran atrasados se hacen a menudo pendencieros para disimular su insuficiencia o inferioridad. El camorrista se siente asustado, inferior, inseguro e inadaptado; pero hace un esfuerzo desesperado por aparentar lo contrario. En consecuencia, solo puede ayudárselo haciendo que se sienta seguro, adaptado y apreciado. En la misma categoría del camorrista, se encuentra el niño que atormenta a los demás con burlas maliciosas. En lugar de causar dolores físicos, el burlón lastima los sentimientos de sus compañeros haciéndoles observaciones hirientes, imponiéndoles apodos ofensivos y burlándose de ellos. El enojo en los niños se debe con frecuencia a su incapacidad para dominar las situaciones. El maestro debe impedir, a toda costa, que el comportamiento belicoso se convierta en un hábito.

TRADUCIDO Y ADAPTADO DE: EDUCATION AND DEMOCRACY “JOHN DEWEY”
POR: GUSTAVO LÓPEZ GIL